Por la naturaleza pecaminosa la tendencia es hacia el pecado, aunque hoy los que creemos en Cristo tenemos una naturaleza nueva en él. Pero a pesar de eso, el residuo del mal nos impulsa a deshonrar al salvador, y por esto mismo el pecado se hace presente todo el tiempo, por lo que es necesaria nuestra confesión, constante arrepentimiento, y siempre debemos estar esforzándonos en la gracia para ser transformados correspondiendo a Dios como lo merece.
«Si no reconocemos nuestro problema fundamental con el pecado no podemos obtener la solución, hay que considerar que la gracia de Dios está disponible para los humildes de corazón, para los que reconocen su pobreza de espíritu, es decir, cuando aceptamos que necesitamos ser perdonados y transformados por el poder y la gracia de Dios.»
Nada podemos ocultar delante de Dios, pero al no confesarnos delante de él indica que nuestro conocimiento cristiano es incorrecto, y por lo mismo la fe no es genuina, porque precisamente, el principal ejercicio de nuestra fe es ponernos a cuentas con Dios a través de Cristo en una vida de comunión, intimidad y devoción constante. Toda oración debe iniciar con la confesión y agradecimiento, y con ello de se da paso a todas las demás bendiciones que nuestras vidas necesitan y que seguramente Dios las hará presentes.
Siempre hay que ser reales ante nuestra condición espiritual, porque de lo contrario nos engañamos y el daño nos lo causamos nosotros al no disfrutar el gozo del perdón. Dios nunca rechaza a los que buscan su misericordia, porque al mirarnos como victimas del mal tiene compasión, y además porque a través de Cristo su justicia ha sido cumplida.
Por lo cual tampoco es válido ni necesario justificarnos por nuestros pecados de otra manera que no sea a través de Cristo. Jamás Dios nos otorgará su gracia, sino hasta que confesamos que Jesucristo es el único Señor y salvador, por eso ninguna excusa funciona sobre nuestros pecados para ser perdonados y prosperar cristianamente.