Amar con todo a Dios y a todos

Todo el deber en la vida humana se refiere al amor, este amor se demuestra hacia Dios y a la humanidad entera. Esto no sólo es el mandamiento divino, sino que también es un medio de bendición que se experimenta en el corazón, pues nadie estará creciendo en la capacidad para amar, a menos que todos los días pueda vivir en la experiencia con el amor de Dios, es decir, que disfrute la vida bajo la manifestación del amor de Dios en su vida.

“Jesús le respondió: El primer mandamiento de todos es: Oye, Israel; el Señor nuestro Dios, el Señor uno es. Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Este es el principal mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento mayor que éstos. Marcos 12:20-31”

Precisamente nadie hay como Dios quien nos ame como él nos ama, por eso de ahí se desprende la capacidad para amar, la convicción del amor y el anhelo por entregarnos a Dios para glorificarlo con todo lo que somos, tenemos, pensamos decidimos y hacemos. El Dios que quiere que le amemos es el Dios de amor, así que al amarlo somos bendecidos, porque Dios no necesita de su amor para ser Dios, pero nosotros no podríamos vivir sin el mínimo rayo de su amor, pero en realidad, él lo ha dado todo por nosotros.

Todas las capacidades que tenemos y todas las cosas que poseemos proceden de la fuente del amor, es decir, todo procede de Dios y debe ser usado para su gloria, por eso la respuesta a él debe ser con la totalidad de la vida en todas sus manifestaciones. Nada debe dársele a Dios a medidas, porque el amor es entrega total, así como el nos amó, de tal manera que nos dio a su Unigénito Hijo. Y este es el mismo amor en todas sus características el que debemos mostrar al prójimo, porque sino lo hacemos así nos haremos mentirosos y nos engañamos al pretender a mar a Dios.

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