Hoy podemos decirle a Dios papá

El Espíritu Santo fue enviado en el nombre de Jesús, por eso el Espíritu Santo nos ayuda para que por los méritos de Cristo en la cruz podamos disfrutar las bendiciones paternales de Dios en una estrecha relación de amor y de provisión. El Espíritu Santo nos ayuda a creer en Cristo y a confiar en Dios, de tal manera que, así como un niño le dice a su papá, papi, así nosotros debemos sentirnos seguros en Dios, y con la confianza que nos ama, nos acepta y atiende todas nuestras solicitudes hechas en el nombre de Jesús y dirigidos por el Espíritu santo.

“Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: !!Abba, Padre! El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios.” Romanos 8:15-16 RVR1960

Dios nos adoptó como hijos, nos hiso hijos por medio de Cristo, y así es como creyendo en Cristo recibimos la potestad de ser hechos hijos de Dios, y a partir de ese momento comenzamos a vivir la relación parental con Dios. Estas bendiciones son por el puro efecto del amor de Dios, ya que nadie puede creer si no es ministrada la fe como un dónde Dios por medio del Espíritu Santo.

Por esto es por lo que por medio del Espíritu Santo podemos decirle a Dios papá y somos ministrados todo el tiempo para ser dignos de nuestra posición como hijos, es decir, somos hechos hijos de Dios permanentemente por la ministración de la gracia. De esta manera, no sólo disfrutamos la paternidad de Dios, sino que también nos vamos pareciendo más a nuestro padre celestial.

Dios nos hace libres de la esclavitud del mal, por eso al creer en Cristo dejemos de ser hijos del diablo y Dios nos acepta como hijos, nos trata como hijos y transformados como sus hijos. Por medio del Espíritu Santo llegamos a sentir la filiación con Dios como la relación entre Cristo y él. También tenemos seguridad por todas las bendiciones de Cristo logradas para nosotros en la cruz, porque así se va el temor de ser rechazados por Dios y juzgados para castigo eterno, más bien sentimos la certeza de su gracia que nos cobija y nos atiende como a hijos amados.

Compartir