La carne debe morir en la cruz

Ser de Cristo significa haber creído en él, porque al creer recibimos las bendiciones de la cruz, de ese modo somos liberados del poder de satanás y del pecado. Cristo vino a liberarnos de la esclavitud del mal con su muerte en la cruz, por eso, desde el momento que ponemos nuestra fe en él nos convertimos en su propiedad y vivimos para su gloria. Si Cristo nos redimió no pertenecemos a nadie más fuera de él y para nadie más debemos vivir. Si Cristo nos compró a precio de sangre no podemos servir a nuestro antiguo amo, sino al que nos compró.

«Todo nuestro ser y hacer deben ser controlados por Cristo, y en esto recibimos perdón, consagración, restauración y somos transformados, de manera que tengamos como prioridad agradar a Cristo. El pecado afecta todo el ser y el hacer humano, pero cuando creemos en Cristo y confiamos en él podemos dejar nuestra antigua manera de vivir; morimos para siempre como pecadores sujetos al mal, y nacemos para siempre como libres con una nueva naturaleza limpia de pecado y con la mente que piensa en las cosas de Dios y para su gloria.»

Sólo por el poder del evangelio se puede dominar al mal. Así que, al centrar nuestras vidas en el evangelio somos empoderados para enfrentar a nuestra propia carne. También somos convencidos para renunciar todo el tiempo a la vida de pecado y a buscar la santificación por medio del Espíritu Santo. En la cruz debe quedar crucificada nuestra forma de ser, esa que nos hacía vivir al agrado del mal, y también en la cruz se manifestó el perdón de nuestros pecados y la bendición de la comunión con Dios.

Colgar nuestra carne en la cruz resulta doloroso, porque es renunciar a uno mismo, a lo que más nos gustaba hacer cuando la carne se gozaba en el pecado. Pero pensar en la cruz de Cristo es recordar que ahí nació la bendición de la vida y que ahí está nuestra esperanza para llegar a ser a imagen de Cristo, porque, aunque esto es un proceso que durará toda la vida, finalmente se completará en el día glorioso de Cristo cuando venga por nosotros. Confiemos que, si el pecado afectó todo lo que somos, Cristo nos restaura al crucificarnos con él en su cruz.

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