Un día terminarán gloriosamente nuestras batallas y ganaremos la carrera

Cuando un hijo de Dios muere es recibido por Dios como una ofrenda grata, es uno de los momentos más importantes de nuestras vidas porque somos recibidos por Dios para disfrutar de él en su presencia y para adorarlo con nuestra alma hecha perfecta, mientras se espera la gloriosa resurrección del cuerpo. Debemos vivir con la esperanza de nuestro por venir y hay que aceptarlo con gozo. Ahora tenemos que servir a Dios cumpliendo su voluntad en la senda de esta vida, la cual trazó para cada uno conforme a su voluntad y propósito.

«Entregarnos por completo a Dios para su gloria, sirviéndole con amor y anhelando, y ser usados por él para bendición a todos, es la manifestación de una vida consagrada que le pertenece a Dios y que tiene un lugar en su gloria celestial. Vivir de esta manera da testimonio de lo que será el día de nuestra muerte, porque todos los que creemos en Cristo, también debemos creer que nuestra muerte no es una derrota, sino que es dar un paso más a la presencia de Dios para tener mejor comunión con él. Nuestra muerte es la conclusión de nuestras jornadas en esta vida para dar paso a algo más glorioso y gozoso.»

Mientras servimos a Dios con fidelidad nuestra muerte es la ofrenda más especial y el sacrificio más grande. Si vivimos para la gloria de Dios no debemos tener miedo de lo que viene, porque al morir entramos a una mejor condición de vida y porque pasamos a la presencia de Dios, quien es dueño de nuestra existencia. A Dios le pertenecemos vivos o muertos, por eso, en Cristo hay que vivir para Dios y morir también para su gloria. Aceptemos que el día de nuestra muerte es la conclusión de nuestra carrera y vamos camino a la coronación gloriosa.

Afrontemos con seguridad todas las adversidades de esta vida, peleemos con la fuerza de Cristo y con su poder todas las batallas; no nos demos por vencidos en ningún momento, porque incluso, el poder de la muerte ha sido vencido, y por ello, ni siquiera morir es perdida, sino ganancia. Enfrentemos cada batalla de la fe con la confianza de nuestra segura victoria y aceptemos el día de nuestra muerte como la culminación victoriosa de la batalla más grande. Corramos la carrera de esta vida con fe, seguros de nuestro triunfo. Esforcémonos en la gracia todo el tiempo para ver el día de nuestra muerte como el paso para nuestra coronación gloriosa.

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