
Al recibir el evangelio formamos parte en el Reino de Cristo, adquirimos una nueva ciudadanía y la vida nueva, y a partir de esto avanzamos en la comunión con Dios para disfrutar de él para siempre y para servir únicamente para su gloria sujetos al evangelio. Debemos progresar en el evangelio, porque esto es lo que Dios espera, aun cuando estamos en un mundo que se opone a él con su forma de vida y que por lo mismo nos aflige si no nos sujetamos a su sistema. Dios quiere nuestro crecimiento cristiano y la renovación de nuestra vida a través de Cristo en quien hemos creído para salvación.
«La vida cristiana en este mundo no es estática, más bien se mueve de lo bueno a lo malo, de la vida mundana a la vida en Cristo y de una vida esclava a una vida libre que sirve aquí como testigo de Cristo. En todos los roles de la vida debemos vivir alumbrados por el evangelio para andar en la verdad, honrando a Cristo y así prosperaremos en el evangelio a la manera de Dios. El evangelio resiste al sistema de este mundo, lo transforma y adecua a las personas a la voluntad de Dios. Por esto es por lo que, debemos tomar el evangelio como nuestra forma de vida y debemos vivir para compartir el evangelio.»
Cada día debemos ser más conscientes de nuestra negación al mundo y de nuestra conformación a Dios. Cuanto más conozcamos el evangelio y afirmemos la fe en Cristo iremos escapando del sistema mundano que sin piedad arrastra a la vida desgraciada por el mal, aunque en realidad, el ser humano ya está hundido en la maldad, pero el mal que produce el pecado se sufre más día a día cuan el ser humano rechaza el evangelio. Sólo el poder del evangelio puede liberar al ser humano de este sistema, y lo reviste de Cristo para despreciar al pecado y para amar más la voluntad de Dios revelada en su Santa Palabra.
En este mundo somos libres de lo malo para hacer lo bueno, para vivir una vida pura, absteniéndonos de los ofrecimientos del mundo, enfocándonos en agradar sólo a Dios. Para esto Dios nos ha provisto a Cristo; él es nuestro Salvador con el que iniciamos la vida de fe y de comunión con Dios y por quien somos transformados y preservados del mal hasta que lleguemos a ser perfectos como nuestro Padre celestial y hasta que tengamos la estatura y la medida de Cristo. Si Dios ya nos sacó del sistema de este mundo con el poder del evangelio, por este mismo poder vivamos en el sistema de Dios y crezcamos para su gloria en este mundo, porque, aunque estamos en este mundo, le pertenecemos a Dios y vivimos para él.