La décima parte de las 24 horas de nuestro día son dos horas y fracción. Eso es lo que sería, bien calculado, el diezmo de nuestro tiempo. Relacionamos casi siempre la palabra diezmo con dinero. Hay cristianos sumamente exactos en el cálculo que hacen para entregar sus monedas. Pero las matemáticas fallan de los demás que le pertenecen a Dios: el tiempo, los talentos, los pensamientos, los anhelos y nuestro esfuerzo. Jacob promete:
“E hizo Jacob voto, diciendo: Si fuere Dios conmigo, y me guardare en este viaje en que voy, y me diere pan para comer y vestido para vestir, y si volviere en paz a casa de mi padre, Jehová será mi Dios. Y esta piedra que he puesto por señal, será casa de Dios; y de todo lo que me dieres, el diezmo apartaré para ti.” Génesis 28:20-22
Hemos escuchado decir: no puedo orar, leer la Biblia, preparar un tema, meditar. Las 24 horas del día apenas sí me alcanzan para mi trabajo, la atención a mi familia, el reposo. Pero a nadie pertenecen las 24 horas de su día. Si los cálculos son exactos, por lo menos dos y media horas no son nuestras. Hagamos cuenta de que no existen para las diarias labores. Distribuyamos justamente y demos al mundo sus preocupaciones y necesidades lo que le pertenece, y a Dios, lo que es de Dios.Cerremos nuestro aposento y entreguémosle una íntima comunión, allá en secreto; utilicemos lo más escondido del corazón para animar a alguien, hablarle de nuestra experiencia como cristiano, para compartir con él lo que de la palabra del Señor tenemos allá, muy adentro. Dediquemos algo de ese tiempo a visitar al que necesita una palabra de consuelo o de ánimo; gastemos nuestra fuerza física en ayudar a alguien que ya la tiene disminuida por la edad o por la enfermedad. Después, si queremos, hagamos cuentas. Si lo que hemos hecho nos ha tomado mas de dos horas y media de cada día, démosle gracias al dador del tiempo porque nuestras matemáticas no hayan sido tan exactas.