En el reino de Dios no podríamos servir si solamente pensamos en nosotros, incluso, tenemos que considerar que la autonegación de uno mismo es característico de los hijos del reino, es decir, a Dios debemos darle el primer lugar y debemos estar dispuestos a ser útiles en sus manos para poder servir a los demás.
«Para muchos suena mal el dejar de pensar en uno mismo, porque pareciera ser que eso es irresponsabilidad, pero es que en realidad solamente tendremos las bendiciones de Dios cuando ponemos nuestra fe en el evangelio y cuando le reconocemos como nuestro creador y como el que se encarga de nuestra vida y como quien espera que le demos a él el primer lugar para que así nos vaya bien con sus bendiciones y promesas.»
Si no logramos tener estima por las personas significa que Dios no nos importa, ni tampoco nos importan sus planes y propósitos. Por esto mismo, aun en el “servicio a Dios hay rivalidades, pleitos y envidias”, lo cual implica que esto no es verdadero servicio ni glorifica a Dios. Por la corrupción del pecado los seres humanos tenemos el problema del egoísmo, por eso hay que prestarle atención a esta actitud y que solamente podemos ir dejando esto a medida que el evangelio toma el lugar en la vida.
No perdamos de vista que cuando Cristo vino a esta tierra llegó para servir, él mismo se despojó de su gloria y se colocó en la posición de un esclavo para hacernos bien. Cristo estuvo dispuesto a morir para darnos vida y esto debe ser lo que nos haga pensar en los demás, al grado de verlos como superiores para poder servirles. Si no somos humildes y buenos con los demás a costa de nuestros propios intereses no hay evidencia del evangelio en nuestras vidas y tampoco podemos ser discípulos de nuestro Salvador.
Que Dios en su infinita gracia con el evangelio nos ayude para dejar de perseguir nuestras ambiciones personales, y más bien nos convierta en verdaderos siervos de su reino. Que cada día renunciemos al deseo egoísta de buscar nuestro propio prestigio y que llene nuestro corazón del genuino amor, para amarlo a él, a las personas, para desear sólo lo eterno de su reino y lo espiritual que da la verdadera grandeza y felicidad. Hagamos todo para la gloria de Dios y para el bien de las personas.