Hay momentos tan difíciles que sentimos que nos hundimos más y más. Hay veces que podemos sentir que las circunstancias nos tragan y que todo está perdido. No importa lo que ocurra, nunca debemos perder la confianza y la esperanza en Dios, porque si grave es la tribulación Dios es más grande y su respuesta siempre es oportuna y perfecta para ayudarnos.
«Las profundidades no nos ahogarán, las corrientes no nos arrastran, ni las olas nos destruirán si estamos aferrados a Cristo, por quien Dios nos mostrará su misericordia, porque para eso vino al mundo, para que todas las condiciones que Dios demanda para disfrutar de sus promesas se cumplieran en la cruz de dolor.»
No dejemos que el miedo nos domine, seamos valientes confiando que la presencia de Dios está con nosotros y a favor de nuestra vida. Clamemos a Dios, que nuestras plegarias sirvan de testimonio para que muchos conozcan el evangelio, para que las personas encuentren esperanza en la angustia profunda del alma.
Tengamos la plena seguridad de que Dios está en todas nuestras adversidades, que tiene cuidado de nosotros y todo lo regula para que sea soportable con su ayuda. Por esto, en nuestras victorias y en los logros de la vida debemos reconocer la ayuda de Dios, porque si no fuera por él sí terminaríamos destruidos y sin ninguna esperanza eterna.
Pensemos que si a causa de los acontecimientos difíciles nuestra fe está activa en la oración y en la confianza, eso nos llevará al crecimiento, a la madurez, a la firmeza y a los frutos espirituales que honran a Dios y que nos hace disfrutar en la vida, ya que todo lo que nos haga ver y experimentar el favor de Dios producirá gozo y perseverancia. Así que, busquemos la ayuda de Dios para que nada malo nos acabe.