Servir a Dios es el más alto privilegio de la vida

Siempre debemos mostrar disposición para servir a Dios, y más aún cuando hemos sido impactados con su gracia bendita. Al conocer el señorío de Cristo y su obra perfecta de salvación hay que aprender más humildad y agradecimiento. De hecho, uno de nuestros anhelos en la vida es querer estar en el lugar de servicio que Dios ha determinado para nosotros, estar haciendo las cosas para lo que nos ha capacitado y nos capacita espiritualmente.

«El, temblando y temeroso, dijo: Señor, ¿qué quieres que yo haga? Y el Señor le dijo: Levántate y entra en la ciudad, y se te dirá lo que debes hacer.» Hechos 9:6

Nunca veamos nuestra labor como una carga, porque hacer todas las cosas en esta vida para la gloria de Dios siempre será un privilegio, una oportunidad que no merecemos, porque incluso, cuando servimos a Dios somos bendecidos y edificados. La gracia de Dios no solo opera en nuestras vidas, sino que también, a través de nuestra vida se manifiesta para el bien de nuestros semejantes, y por la misma gracia podemos glorificar a Dios, y así nuestras obras son tenidas como buenas.

Cada ves que servimos a Dios lo conocemos más, porque su gloria y su poder se muestran cumpliendo sus propósitos, de este modo también nos gozamos, porque siempre será maravilloso ver los resultados de la gracia de Dios actuando en lo que hacemos, ya que los resultados, la efectividad y cada logro es de Dios y nos de nosotros, aunque estemos muy empeñados en la labor de su reino. También hay que tomar en cuenta que con la negligencia y el desinterés en las cosas de Dios viene el pecado, puesto que la pereza es el nido de los males.

Rindamos nuestros corazones a Dios para disponernos a su voluntad, mostremos amor a su nombre y recibamos todas las bendiciones y galardones que tiene reservados para quienes lo aman y se enlistan en su reino para servir como valientes, aunque la comisión sea difícil.

Dios nunca pasará por alto al corazón entregado a él y nuestro esfuerzo por su causa en este mundo. No temamos servir con fidelidad y constancia, aunque las tribulaciones nos golpeen, porque Dios siempre está a nuestro lado y vela por nuestra causa, que a su vez es su causa. Así que, no esperemos más, y digamos a Dios ahora mismo; “Señor, ¿Qué quieres que yo haga?”

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